En esta ocasión el modisto se lanzó por tierra con nuevas iteraciones del Gaultier marinière, primero como una blusa aireada, seguido de un bustier de tafetán a rayas, y una chaqueta náutica con ‘hombros de tiburón’.
Esta construcción vertical, y afilada fue el elemento más consistente de la colección.
Un detalle que abarcaba lo que parecía ser una inmersión bajo al resurgir del tema de Japón.
Gaultier dejó caer las boyas de la firma en forma de tejanos a rayas, trompe l’oeil jeans y jaulas con flecos.
Pero fue reconfortante verlo probando formas alternativas, un cinturón rígido y plisado que era medio en voladizo, medio peplum.
De la misma manera, muchos tratamientos celebrando la silueta japonesa no fueron tan kitsch como se podría esperar de Gaultier, aunque su obi decorativo era tema de conversación por su belleza. El eclecticismo fue algo teatral, y apto para hacer una entrada triunfal a una gran fiesta.
El trabajo de plisados fue magistral, y la ropa junto a las botas plisadas de organza se destacaron porque su declaración era visualmente directa, elegante y libre de cebos temáticos.
Hacia el final, cuando Dita Von Teese llegó a la pista con un vestido plumetis negro adecuadamente seductor y con mangas de ‘arpón’, el foco cambió a una serie de vestidos que mostraban la tradición de la alta costura parisina sin toda la excentricidad vista en otros lugares.
Un desfile con una propuesta refrescante, ecléctica y parisina lleno de elementos parisinos, muy a lo Gaultier.